El cielo sobre la ciudad de Horizonte había adoptado un tono opaco, casi sin vida. Los habitantes de la metrópoli, distraídos por sus rutinas, apenas notaban cómo el aire pesaba un poco más cada día. El Consejo de Sabios llevaba décadas advirtiéndolo: si no cambiaban sus costumbres, Horizonte acabaría transformándose en un páramo inhabitable. Sin embargo, las advertencias siempre sonaban como un eco lejano, algo que "podría pasar", no algo que ya estuviera ocurriendo.
Entre los habitantes, había un hombre llamado Léo, un ingeniero que había dedicado su vida a diseñar las máquinas que ahora extraían recursos del subsuelo, máquinas cuya eficiencia era alabada por todos. Pero Léo se había convertido en un insomne, acechado por un pensamiento recurrente: ¿y si todas las soluciones que estaban implementando no eran más que pasos hacia el abismo?
Un día, Léo tuvo un extraño sueño. Se encontraba en un tren que avanzaba por un túnel interminable. Frente a él, un anciano con ojos vidriosos sostenía un reloj de arena. —El túnel lleva a un precipicio —dijo el anciano—. Pero no temas, el tren está diseñado para ser más rápido que la caída. —¿Más rápido? —preguntó Léo, confundido. —Sí. Al final, cuando caigas, ni siquiera notarás que ya estás en el fondo. ¿No es eso lo que buscan? Resolver el futuro sin enfrentarlo.
Léo despertó sobresaltado, el corazón martilleándole el pecho. No pudo ignorar más la sensación de que el rumbo de Horizonte estaba cerrado, como una serpiente que se muerde la cola. Decidió presentar un plan radical al Consejo: detener todas las máquinas, abandonar el sistema que los había llevado hasta allí y reconstruir la ciudad desde su esencia más básica.
El Consejo lo escuchó en silencio. Al final, el Jefe de Sabios habló: —Tu propuesta es interesante, pero ya hemos recorrido demasiado este camino. Girar el tren ahora sería más peligroso que seguir avanzando.
Léo salió de la sala con un peso en el pecho. Miró al cielo, ese cielo opaco, y entendió que su sueño no había sido una advertencia, sino una realidad: Horizonte ya estaba en el fondo del túnel. Solo que, como el anciano había dicho, ni siquiera lo habían notado.