El códice vacío

El arqueólogo Renzo Calderón dedicó su vida a descifrar lenguas muertas. Cuando halló el Códice de Zairos, sintió que estaba ante el mayor descubrimiento de la historia: un manuscrito antiquísimo, perfectamente conservado, con inscripciones en un sistema de escritura desconocido.

Los primeros meses fueron eufóricos. Analizó los símbolos, buscó patrones, comparó con otras lenguas extintas. Todo parecía indicar que el códice contenía un mensaje de incalculable valor. Pero había un problema: ninguna combinación de reglas gramaticales lograba extraer significado de los signos.

Desesperado, Calderón convocó a expertos en criptografía, inteligencia artificial, incluso a teólogos y místicos. Cada intento por interpretar el códice terminaba en el mismo punto muerto: el texto tenía estructura, repetición, lógica interna… pero ningún significado discernible. Era un lenguaje sin contenido.

Un día, uno de sus asistentes, hastiado, propuso una idea absurda: "¿Y si no hay nada que descifrar? ¿Y si es solo un caparazón vacío?".

Renzo se negó a aceptarlo. Siguió intentándolo durante años, hasta que la obsesión lo consumió. Cuando finalmente falleció, encontraron su diario. En la última página, solo había una frase:

"Si un mensaje no transmite nada, ¿sigue siendo un mensaje?"