El eco de las estrellas

El reloj en la pared emitía un leve tic-tac, acompasado con el golpeteo de la lluvia en la ventana. Daniela sostenía entre sus manos una fotografía antigua, descolorida por el paso del tiempo. En ella, un grupo de amigos reía despreocupadamente bajo un cielo azul, inconsciente de que la eternidad era una ilusión.

Mientras observaba el rostro de cada uno, un pensamiento la invadió: "¿Quién los recordará cuando yo también desaparezca?". La fotografía era el último testigo de que alguna vez existieron, y Daniela era la última guardiana de esas memorias.

Miró alrededor de su sala vacía. Los libros que solía leer ya no tenían fuerza en sus páginas; las plantas que antes cuidaba ahora eran polvo en las esquinas. Todo lo que tocamos, pensamos, amamos y tememos es, en el fondo, efímero, se dijo. La historia humana misma se desvanecería algún día, como lo hacen las estrellas más brillantes en el firmamento.

Esa noche, dejó que la fotografía se deslizara de sus manos al fuego que crepitaba en la chimenea. Las llamas devoraron los rostros, los recuerdos, el tiempo. No sintió dolor ni remordimiento, solo una extraña paz.

La lluvia cesó. Afuera, el cielo despejado dejaba ver miles de estrellas parpadeando. Aunque lejanas y distantes, su luz hablaba de un pasado que nadie recordaba, pero que, aun así, seguía vivo. Quizá ese era el destino de todos, pensó Daniela: ser un eco en el universo, resonando más allá del olvido.