En un pueblo donde el cielo parecía siempre cubierto por nubes grises, vivía Nora, una joven con un talento extraordinario para la música. Sus melodías eran como rayos de sol que rompían las penumbras, capaces de iluminar los corazones más oscuros. Sin embargo, Nora tocaba siempre en secreto.
Cada vez que alguien la escuchaba por accidente, los murmullos comenzaban: “¿Quién se cree que es para sobresalir así?”, decían algunos. Otros, con una sonrisa de envidia disfrazada, la elogiaban para luego desvanecerse. Con el tiempo, el miedo a los comentarios creció tanto que Nora envolvió su piano en un manto oscuro, escondiéndolo en el rincón más alejado de su hogar.
La vida del pueblo seguía igual de monótona, pero dentro de Nora, las melodías reprimidas rugían como tormentas. Una noche, mientras intentaba ignorar el grito de su música interior, apareció un anciano en sus sueños. “Tu talento es una lámpara que no puedes apagar sin apagar también parte de ti”, le dijo. Al despertar, entendió que su miedo no hacía más que darle poder a la mediocridad.
En una plaza abarrotada de ojos críticos, Nora decidió tocar. Al principio, las miradas eran como cuchillos, pero pronto se unieron a las notas que llenaban el aire. Algunos incluso comenzaron a aplaudir, no por conformidad, sino porque la luz que Nora dejó escapar también iluminó sus propias sombras.