En una remota civilización que alguna vez creyó haber descifrado todos los secretos del universo, existía una institución venerada: El Diccionario Universal del Saber. Este libro colosal, resguardado en un templo cristalino, contenía la totalidad del conocimiento conocido, y cada año nuevos términos y conceptos eran añadidos con ceremonias grandiosas.
Sin embargo, algo extraño comenzó a suceder. Mientras la civilización envejecía, las palabras se multiplicaban sin razón aparente. Conceptos simples como "agua" o "luz" ahora ocupaban páginas enteras con definiciones cada vez más intrincadas. Las palabras comunes se desmoronaban en divisiones infinitas, como si una gota de agua se fragmentara en océanos de explicaciones. La extensión del Diccionario creció exponencialmente, aunque los sabios de la civilización confesaban cada vez más ignorancia acerca de los fenómenos más básicos.
Un joven aprendiz llamado Kael notó la paradoja. Caminaba todos los días al templo, leyendo fragmentos del Diccionario mientras escuchaba los murmullos de los sabios: "No entendemos la esencia de esto, pero lo describiremos en mil formas para cubrir todas las posibilidades". Kael se preguntaba: ¿por qué, cuanto menos sabían, más se escribía?
Intrigado, se adentró en las cámaras más antiguas del Diccionario. Allí descubrió que, en sus inicios, el libro era simple, un puñado de páginas que contenían ideas claras y definitivas. Pero con el tiempo, cada duda o contradicción daba lugar a páginas nuevas, bifurcándose en infinitas interpretaciones, teorías y explicaciones hipotéticas. El conocimiento parecía un horizonte que retrocedía conforme se avanzaba.
Un día, Kael se encontró con una inscripción en la última página escrita: "El conocimiento no es más que la sombra proyectada por nuestra ignorancia. Cuanto más amplio es nuestro intento de definir el mundo, más evidenciamos lo poco que comprendemos."
Desde ese momento, Kael dejó de consultar el Diccionario. Decidió buscar respuestas en el mundo mismo, observando el agua y la luz directamente, en lugar de sus interminables descripciones. Poco a poco, notó algo extraordinario: mientras más se acercaba al mundo real, menos palabras necesitaba para explicarlo.
El templo del Diccionario, sin embargo, siguió creciendo hasta cubrir la ciudad entera. Eventualmente, el peso de tantas palabras colapsó sobre la civilización, enterrándola bajo toneladas de papel. Kael, lejos de allí, contempló el desastre y se dio cuenta de que el verdadero conocimiento no se acumula en libros infinitos, sino en la capacidad de aceptar los límites de lo que podemos comprender.