Un nuevo amanecer

Habían pasado años desde aquella última discusión, una tan intensa que parecía haber tejido un muro de silencio entre ellos. Sin embargo, la ciudad seguía girando, indiferente a su tragedia personal. Ella, Clara, había guardado cada carta que nunca envió, cada palabra que nunca dijo, en una caja olvidada al fondo de su armario. Él, Martín, había dejado de mirar atrás, convencido de que los lazos rotos no se podían reparar.

Esa mañana, el sol se filtraba por las persianas de la cafetería donde Clara esperaba. Había elegido un rincón junto a la ventana, un espacio donde las palabras pudieran deslizarse sin tropezar con el ruido. Cuando Martín entró, con el cabello algo más canoso y los ojos igual de profundos, todo pareció detenerse.

Sin preámbulos, ella deslizó una taza de café hacia él. Él la tomó, sin preguntar si tenía azúcar o no, porque sabía que sí la tenía.

—Dejemos el pasado atrás —dijo ella, rompiendo el silencio como quien rompe el hielo de un lago helado.

Martín asintió. No había necesidad de largas explicaciones, ni de hurgar en heridas que ya no dolían tanto.

—Simplemente, empecemos —respondió.

Ese día, dos vidas cargadas de historias se encontraron nuevamente, no para revivir lo que fue, sino para construir algo nuevo.