En un mundo donde las almas eran moldeadas por manos invisibles, cada individuo recibía al nacer una esfera luminosa. La intensidad de su brillo reflejaba su autenticidad: cuanto más brillaba, más única y poderosa era su esencia. Sin embargo, la sociedad, atemorizada por el caos que provocaban estas luces intensas, había erigido la Torre de Cristal, un mecanismo que uniformaba los brillos hasta convertirlos en un destello homogéneo.
Nora nació con una esfera cuyo brillo cegaba incluso a los guardianes de la Torre. Al cumplir la edad requerida, fue llevada ante el cristal para "armonizar" su luz. Pero en el instante en que la máquina intentó suprimirla, su esfera se expandió hasta romper las paredes de la Torre. Las luces uniformes de los demás, liberadas, comenzaron a recuperar su intensidad, revelando colores y formas jamás imaginados.
El mundo quedó dividido. Para algunos, la libertad de los brillos era una amenaza al equilibrio. Para otros, era el despertar de un potencial perdido. Nora, ahora más luminosa que nunca, entendió que su brillo no era un defecto, sino una declaración de lo que siempre había sido. Y lo que realmente temía la sociedad no era el caos, sino la verdad oculta en la diversidad.