El hombre que dejó de aprender

En una ciudad donde el conocimiento era el único valor, se alzaba la Torre del Saber. En su cima, encerrado en un laboratorio impoluto, vivía Enoch, el hombre más erudito del mundo. Su cerebro estaba repleto de información: fechas, fórmulas, idiomas, teorías, todo estaba archivado con precisión matemática.

Cada día, una máquina inyectaba en su mente nuevas dosis de conocimiento. No leía libros; los absorbía. No discutía con sabios; simplemente almacenaba sus ideas. Pero una mañana, algo cambió.

Cuando la máquina intentó introducir un nuevo dato, su cerebro no respondió. Los circuitos del sistema marcaron un error. Memoria llena.

Al principio, Enoch no se preocupó. Revisó mentalmente su enciclopedia interna: todo seguía allí. Pero cuando intentó aprender una palabra nueva, una simple palabra, su mente se negó. Se sintió como una copa desbordada, incapaz de aceptar una sola gota más.

El pánico se apoderó de él. ¿Cómo podía seguir siendo el hombre más sabio si ya no podía aprender? ¿Cómo podía crecer si su mente estaba sellada, estancada?

Con manos temblorosas, trató de olvidar algo para liberar espacio. Pero cada dato estaba anclado con tanta precisión que arrancar uno significaba desmoronar otros.

Desesperado, tomó una decisión radical: debía vaciarse.

Desactivó la máquina y comenzó a borrar su conocimiento. Al principio, fue liberador. Se deshizo de nombres de reyes, ecuaciones inútiles, hechos triviales. Pero pronto, la eliminación se volvió compulsiva. Olvidó quién era, de dónde venía, qué lo había llevado hasta allí.

Cuando al fin se detuvo, quedó de pie en la Torre, con la mente en blanco, observando la ciudad con ojos nuevos. Y por primera vez en su vida, se sintió libre.

Pero la libertad duró solo un instante. Sin memoria, sin identidad, sin propósito, ya no sabía qué hacer. Se convirtió en un hombre vacío, incapaz de aprender, incapaz de recordar, atrapado en el peor de los destinos: una ignorancia absoluta sin posibilidad de escape.

La Torre del Saber quedó en silencio.

Y Enoch, el hombre que lo sabía todo, terminó sin saber siquiera quién era.