Teseo duerme solo

El Archivo del Amor guardaba historias verdaderas de las parejas más memorables de la humanidad. Se decía que sus registros eran tan precisos que si uno los leía en voz alta, las emociones volvían a nacer.

Allí trabajaba Ione, una restauradora de recuerdos. Su tarea era extraña: debía determinar si dos personas aún eran las mismas que juraron amor años atrás. Para ello, usaba un método sutil: proyectaba las memorias del pasado sobre el presente, pieza por pieza.


Una tarde llegó un caso que la estremeció. Se trataba de Dalia y Elías, una pareja registrada hacía 22 años. Ione activó el proyector de memorias y vio a los jóvenes bailar bajo una lluvia artificial en una ciudad vertical. Reían con una inocencia intacta. Luego, con un gesto técnico, comparó sus versiones actuales.

Elías ahora era un hombre de silencios prolongados, apasionado por la botánica y obsesionado con sus plantas transgénicas. Dalia, en cambio, se había convertido en arquitecta de entornos emocionales: diseñaba habitaciones que respondían al ánimo del huésped.

Ione hizo las comparaciones. Las voces eran distintas. Los gestos, diferentes. Los sueños, incompatibles. Las memorias se superponían como dos hologramas que no encajaban. Cuando proyectó la última imagen, Dalia le preguntaba a Elías: “¿Te sigues enamorando de mí o de la que fui?”

Ione se levantó y, por primera vez, interrumpió un análisis. Fue al Registro Central y marcó un diagnóstico inusual: Incongruencia de Identidad Afectiva. En la nota final, escribió: “Han dejado de amarse, no por traición, sino por evolución”.

A la salida, contempló su reflejo en una pared espejada. Se preguntó si ella también era la misma que había amado una vez. Pero el reflejo no respondió. Solo la miró, más vieja, más sabia… y más sola.