Dentro de poco tiempo no serás nadie en ninguna parte

Un hombre despertó en un vasto desierto blanco, sin memoria de quién era ni de cómo había llegado allí. Cada dirección era idéntica: un horizonte infinito de arena brillante bajo un cielo sin sol. Caminó, llamando en vano a alguien, a algo. Su voz se desvanecía sin eco, como si el desierto devorara el sonido.

Mientras avanzaba, encontró una inscripción grabada en una roca solitaria: “Dentro de poco tiempo, no serás nadie en ninguna parte.” Intrigado y aterrado, el hombre intentó descifrar su significado. ¿Quién lo había escrito? ¿Era un mensaje para él, una advertencia o una sentencia?

Con cada paso que daba, el paisaje comenzaba a cambiar de manera imperceptible. Las rocas se convertían en estructuras familiares, como un pueblo que una vez conoció, pero los edificios estaban vacíos, las calles desiertas. A medida que exploraba, sintió que su propio cuerpo empezaba a desvanecerse, volviéndose translúcido. Intentó gritar, pero su voz también se estaba apagando.

En su desesperación, encontró un espejo. Su reflejo lo miró con ojos aterrados, pero el rostro ya no era suyo. Era el rostro de otro, de muchos. Las facciones se desvanecían como si nunca hubieran existido, reemplazadas por otras que no reconocía. Entendió entonces el significado del mensaje: el tiempo no solo le robaría su cuerpo y su mente, sino que también borraría cualquier rastro de su existencia.

Luchó por recordar su nombre, su propósito, algo que lo anclara al mundo. Pero cada intento era como tratar de sostener agua entre las manos. Cuando la última chispa de su ser se apagó, solo quedó el desierto blanco, infinito, inmutable, esperando al siguiente caminante.