El Amanecer del Big One

A las 5:43 am, mientras el sol apenas despuntaba en la costa californiana, los cimientos de San Francisco crujieron. La sacudida inicial fue suave, como una advertencia apenas perceptible, pero en cuestión de segundos, la tierra rugió con una fuerza monstruosa. Los edificios más altos parecían palillos de dientes al doblarse, y el suelo se abrió, devorando calles, autos y lo que se interponía en su camino. El "Grande" había llegado.


Los sistemas de emergencia colapsaron en minutos. Las redes de telecomunicaciones, los servicios eléctricos y las rutas de evacuación estaban rotas o desaparecidas. Quienes lograron huir de los edificios en

ruinas se encontraron en un caos total: gritos, polvo, fuego. El sismo no respeta fronteras; Las ondas expansivas llegaron hasta Nevada, causando daños en toda la costa oeste.

Pero el verdadero terror surgió en los días. Con los puertos destruidos, la escasez de alimentos y agua se volvió una amenaza inmediata, y las reservas de combustible se agotaron en cuestión de horas. La gente comenzó a luchar por los pocos recursos restantes, mientras el gobierno intentaba sin éxito coordinar una ayuda masiva. En Silicon Valley, las torres corporativas ahora eran ruinas de vidrio y acero, y las principales empresas tecnológicas y financieras de Estados Unidos estaban paralizadas. El mundo observaba impotente cómo el sistema económico del país tambaleaba al borde de un colapso sin precedentes.

En la oscuridad de la noche, un temblor residual sacudió lo que quedaba de la costa oeste. Mientras el polvo cubría el horizonte, una anciana observaba los escombros de su hogar y murmuraba para sí misma: "Pensamos que éramos invencibles". Pero ahora, en el desamparo y el silencio sepulcral, solo quedaba la certeza de que todo lo construido podía desmoronarse en un instante.