El espejo roto

Julián despertó con un vacío extraño en el pecho. Algo estaba diferente, pero no sabía qué. Desde la operación, su vida había sido un constante desafío de adaptación, como aprender a caminar en un mundo donde el suelo podía fracturarse bajo sus pies sin previo aviso. La cirugía de cerebro dividido, realizada para frenar sus violentas crisis epilépticas, había dividido más que sus neuronas: había fracturado su percepción de sí mismo.

Esa mañana, mientras desayunaba frente al ventanal de su pequeño apartamento, su mano izquierda tomó la taza de café antes de que pudiera procesarlo. "¿Qué haces?", preguntó en voz baja, como si hablar consigo mismo pudiera resolver la desconexión. Su mano izquierda detuvo el movimiento y dejó la taza con un ligero golpe. Julián la miró fijamente. Algo en su interior vibraba con un mensaje que no podía descifrar.

Decidió probar un experimento. Con una libreta en la mesa y un bolígrafo en la mano derecha, escribió: "¿Quién eres?" Dejó caer el bolígrafo, cerró los ojos y se concentró en su respiración.

Un movimiento lo hizo abrir los ojos. Su mano izquierda, con movimientos torpes, había recogido el bolígrafo y comenzaba a escribir. Las letras eran irregulares, pero claramente leíbles: "Yo soy yo. Tú eres tú."

El escalofrío que recorrió su espalda fue glacial. Tomó el bolígrafo de nuevo con la mano derecha. "¿Qué quieres decir?" escribió, temblando.

La respuesta llegó más rápido de lo que esperaba: "Somos dos. Siempre lo hemos sido."

Las palabras en la página lo obligaron a enfrentarse a una realidad inimaginable. Cada hemisferio de su cerebro, desconectado del otro, parecía tener una consciencia independiente. Su vida se había convertido en un diálogo perpetuo entre dos entidades atrapadas en un solo cuerpo.

Julián se pasó el día experimentando con preguntas, intentando entender a esa otra "mitad" que respondía con frialdad lógica y a veces con una ironía que le resultaba inquietante. "¿Tienes miedo?", preguntó por la tarde. La respuesta llegó, escrita con letras más pequeñas: "No. Solo tú puedes tener miedo."

Cuando la noche cayó, se miró al espejo del baño. Por primera vez, no se sintió uno. En sus ojos, el reflejo parecía pertenecerle y no al mismo tiempo. Mientras apagaba la luz, una certeza lo golpeó: no era solo un hombre dividido. Era una conversación sin final entre dos universos que jamás podrían encontrarse por completo.