En un mundo donde el conocimiento se consumía en forma de píldoras, la Torre de los Polímatas era el único lugar que fabricaba estas cápsulas mágicas. Cada una contenía siglos de saber comprimidos, desde filosofía hasta ingeniería cuántica. Pero había un detalle crucial: cada píldora debía ser entregada en un formato diferente, un género único de comunicación, o su efecto se disipaba en segundos.
Para enseñar matemáticas avanzadas, los alquimistas de la torre creaban poemas geométricos que, al recitarse, liberaban patrones visuales flotantes. Las lecciones de historia venían en canciones épicas que, al escucharlas, hacían vibrar los huesos del oyente con los ecos del pasado. Pero la más peligrosa era la píldora de la filosofía, que tomaba forma de un dilema narrado en parábolas. Aquellos que la escuchaban eran arrojados a un sueño lúcido, donde debían vivir una vida ficticia resolviendo el dilema en carne propia.
Un día, un aprendiz ambicioso, llamado Alenio, decidió que podría comprimir todo el saber en una sola píldora suprema. “¿Por qué limitarse a géneros distintos? ¿Por qué no una única cápsula universal que sirva para todos?” En secreto, fabricó su píldora y la entregó a los ancianos. Cuando la probaron, el desastre fue inmediato.
El poema no rimaba, la canción no resonaba, y la parábola carecía de alma. El conocimiento se enredó en sus mentes como un río congelado. Alenio comprendió su error demasiado tarde: no era el conocimiento el que debía comprimirse, sino el alma de quien lo recibía la que debía conectarse con su forma ideal.
Desde entonces, los Polímatas enseñaron a sus aprendices una verdad sencilla pero absoluta: la forma moldea la comprensión tanto como la comprensión moldea el alma.