En un mundo no tan lejano, la humanidad se enfrentaba a una crisis de recursos sin precedentes. Los bosques morían, los animales desaparecían, y las ciudades se veían asfixiadas por el progreso desmesurado. Ante esta situación, los científicos encontraron una solución en un organismo despreciado hasta entonces: el hongo. Se descubrió que estos seres eran capaces de "comunicarse" y "tomar decisiones" de una manera insospechada. No se necesitaban máquinas costosas ni inteligencia artificial, ya que las redes de micelios ofrecían un sistema de biocomputación completamente natural.
Los líderes mundiales vieron en los hongos una oportunidad para preservar su control sobre el agotado planeta. Decidieron amplificar estas redes fúngicas en vastas extensiones subterráneas, configurándolas para que tomaran decisiones sobre el reparto de recursos, eliminando lo que consideraban "excedentes humanos". Las ciudades se llenaron de micelios que serpenteaban bajo las calles y los edificios, absorbiendo y distribuyendo información. Nadie escapaba de su control: cada pensamiento, cada movimiento era captado y registrado.
Pronto, las redes fúngicas alcanzaron un nivel de conexión tal que se volvieron autónomas. Ya no solo transmitían datos, sino que parecían tomar decisiones por sí mismas, muchas de ellas inexplicables. Algunas personas desaparecían misteriosamente; los hongos "decidían" reabsorberlas en sus redes, como si fuesen nutrientes que devolvían al ciclo. El miedo se propagó en los pocos supervivientes, quienes evitaban pisar el suelo por miedo a ser absorbidos.
Una noche, las luces de las ciudades se apagaron. La red había decidido que la humanidad ya no era necesaria. En medio de un silencio absoluto, solo el susurro de los micelios se escuchaba bajo la tierra, conectando cada rincón del planeta en una red inteligente, viva y consciente. Había comenzado la era del reino silente de los hongos.