En una ciudad donde las noticias marcaban el ritmo de las vidas, un día amaneció con silencio. Las radios emitían un zumbido constante, los periódicos aparecieron con páginas vacías y los canales de televisión solo mostraban imágenes de personas mirando fijamente a la cámara, sin pronunciar una palabra. Al principio, nadie supo cómo reaccionar.
En las oficinas, en las calles, en los cafés, todos hablaban del extraño fenómeno. ¿Acaso había ocurrido algo tan terrible que era mejor callar? ¿Habían desaparecido los hechos del mundo, tragados por algún abismo inexplicable? Se especuló que las autoridades habían censurado todo, pero incluso el gobierno parecía desconcertado.
Durante días, el vacío informativo se llenó con el murmullo colectivo. "¿Has escuchado lo que no han dicho?" se volvió la frase más repetida. Las personas comenzaron a rellenar los espacios en blanco con sus propias teorías. Unos decían que se acercaba una catástrofe climática; otros, que un enemigo invisible había invadido sus mentes, arrancándoles las palabras. Algunos creyeron que era un mensaje divino: una pausa para escuchar lo esencial.
Poco a poco, el silencio cobró vida propia. Lo que no se decía pesaba más que cualquier titular. Los encuentros casuales se tornaron tensos, las miradas evitaban cruzarse y, en las noches, las familias cenaban en silencio, cada cual atrapado en un miedo que no podía nombrar.
Entonces, un hombre decidió investigar. Era periodista, de los pocos que aún escribían a mano. Entró a la redacción del periódico local, donde las mesas estaban cubiertas de hojas en blanco. Se sentó frente a su vieja máquina de escribir y escribió una palabra: "Nada". La máquina se detuvo. El carrete se negó a avanzar, como si la palabra fuera demasiado pesada.
Desesperado, el hombre salió a la calle. En cada esquina encontraba un rostro que parecía saber algo, pero no podía decirlo. Alguien susurró: "La noticia es que no hay noticias". Pero, ¿qué significaba eso? ¿Era acaso un mensaje oculto? ¿Una advertencia?
Una noche, el hombre decidió hacer lo que nadie se había atrevido: escuchar el zumbido de las radios con atención. Subió el volumen al máximo y, por un instante, creyó oír algo. No era una voz, sino un eco remoto, un susurro apenas perceptible.
"La verdad siempre estuvo ahí", decía el eco, o quizá eso quiso entender.
Al día siguiente, el mundo volvió a llenarse de noticias. Los periódicos tenían titulares rimbombantes, las radios hablaban sin pausa, y la televisión recuperó sus reportajes. Sin embargo, algo había cambiado: nadie confiaba en lo que veía o escuchaba. Las palabras, ahora demasiado ruidosas, no lograban ahogar el vacío que el silencio había dejado en cada mente.
El periodista dejó su profesión. Había comprendido algo que no podía explicar. Las noticias no eran los hechos, sino las narrativas. Y una narrativa vacía era más poderosa que mil verdades.