¿Podemos amar lo que no entendemos?

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo de naranja los contornos de la ciudad. Marta caminaba por la orilla del río, la brisa fresca acariciando su rostro, mientras su mente no dejaba de dar vueltas sobre una pregunta que no encontraba respuesta: ¿podemos amar lo que no entendemos?

Recordó a Julián, el hombre que había llegado a su vida sin avisar. Era un enigma, un ser que, aunque su mirada parecía abierta al mundo, nunca compartió nada de sí mismo. A veces sus palabras eran como fragmentos perdidos de un rompecabezas, y sus gestos, inexplicables. Marta había intentado comprenderle, pero era como tratar de atrapar el viento con las manos.

El amor entre ellos no había sido como los demás. No había lógica, no había promesas claras, solo una conexión inexplicable que desbordaba las fronteras del sentido. A veces, cuando se miraban, sentía como si pudiera ver algo en sus ojos, algo profundo, misterioso, que no alcanzaba a entender, pero que le hacía sentirse viva. Y esa sensación, aunque incomprensible, la mantenía aferrada a él.

Sin embargo, la duda persistía. ¿Podía realmente amar algo que no entendía? ¿O era solo una ilusión creada por su deseo de encontrar algo que tuviera sentido?

Una tarde, mientras paseaban juntos, Julián le dijo algo que nunca olvidaría: “A veces lo que más tememos es lo que más nos hace crecer”. Marta no entendió completamente esas palabras, pero algo dentro de ella resonó. ¿Era posible que el amor fuera un misterio precisamente porque nos enseñaba a aceptar lo desconocido? Al fin y al cabo, el corazón no pide explicaciones; solo siente.

Cuando el sol se ocultó completamente detrás de las montañas, Marta se detuvo, sintiendo la paz del momento. Tal vez el amor no necesitaba ser entendido para ser vivido. Tal vez, lo importante no era desentrañar el misterio, sino rendirse a él.