En el centro de la ciudad, perdida entre callejones olvidados, existía una casa que los habitantes llamaban "la casa de los espejos rotos". Era un edificio antiguo, de ventanas ennegrecidas por el tiempo, cuya única peculiaridad residía en los cristales que reflejaban fragmentos del mundo, como si el universo se contemplara en mil pedazos.
Adriana, una joven filósofa fascinada por los enigmas, decidió entrar. Al cruzar el umbral, un eco extraño la envolvió: sus propios pasos parecían multiplicarse en un espacio donde no existían paredes, solo reflejos que distorsionaban su figura. Se acercó a uno de los espejos, buscando su rostro, pero vio algo que no era ella. Una versión más joven de sí misma, con ojos llenos de esperanzas olvidadas, la miraba fijamente.
—¿Quién eres? —preguntó, con voz entrecortada. —Soy tú, antes de que aprendieras a olvidar.
El espejo comenzó a narrar historias. Mostraba días felices que Adriana había relegado al rincón más polvoriento de su memoria. Vio a su madre peinándola en un atardecer de verano, el abrazo de un amor que había desvanecido con los años, las primeras palabras de un libro que cambió su vida. Sin embargo, las imágenes pronto se agolparon, sin orden ni pausa. Adriana sintió vértigo, como si cada recuerdo quisiera reclamar su espacio, demandando ser revivido.
—¡Basta! —gritó, cayendo de rodillas. —El pensamiento —susurró otra voz, desde otro espejo— no es posible sin olvido. Para construir una idea, debes romper los fragmentos del pasado y reconstruirlos como un mosaico nuevo.
Adriana se incorporó y observó su reflejo actual en un cristal casi opaco. Comprendió entonces que no era prisionera de sus recuerdos; era la autora de su propia narrativa. Cada olvido no era una pérdida, sino un acto de creación. Rompió con sus propias manos aquel espejo que parecía imponerle un pasado absoluto. Al hacerlo, la casa entera se desmoronó, dejando a Adriana de pie en una plaza abierta, bañada por la luz de la tarde.
Nunca volvió a ser la misma. Sabía que olvidar no era morir, sino vivir de una manera más plena, escogiendo qué fragmentos del pasado daban forma a su presente.