La forja de lo contemporáneo

En un mundo donde las estrellas eran casi invisibles tras el resplandor constante de las ciudades, la Técnica caminaba con paso firme por un sendero trazado entre dos titanes: el Capitalismo y la Ciencia. Nació de su unión, no por amor, sino por necesidad. Su propósito era claro: conquistar el tiempo, someter la materia, desvelar los secretos de la existencia. Pero a medida que crecía, comenzaba a darse cuenta de que no todas sus partes eran iguales.

Desde pequeña, la Técnica había escuchado las historias de sus ancestros. Algunos venían de tiempos remotos, de aldeas y manos callosas. Eran técnicas simples, nacidas del ensayo y error, de la observación cuidadosa del río, del fuego o del viento. Otros, los más recientes, se jactaban de su linaje noble: surgidos de laboratorios, números y ecuaciones, transformados luego en fábricas y mercados globales. Los primeros eran humildes, eficaces en su contexto; los segundos, imponentes, con un brillo de promesas infinitas.

Un día, la Técnica decidió explorar su linaje. Viajó hasta un rincón olvidado del mundo, donde un anciano tejía redes de pescar en silencio. Observó cómo sus manos se movían con una precisión que la ciencia jamás había cuantificado. Allí no había laboratorios ni algoritmos, solo décadas de práctica y un profundo entendimiento del mar. Fascinada, la Técnica le preguntó:

—¿Cómo aprendiste a hacerlo?

El anciano sonrió. —Observando. Fallando. Escuchando al océano. Mis redes no son perfectas, pero sirven.

La Técnica reflexionó sobre aquello. No había ciencia en ese proceso, pero sí sabiduría. Continuó su camino y llegó a una metrópoli donde brillaban las pantallas y zumbaban las máquinas. Allí encontró a un grupo de ingenieros que trabajaban en un proyecto ambicioso: un sistema capaz de controlar el clima para maximizar las cosechas.

—¿Qué los motiva a hacerlo? —preguntó.

Los ingenieros, con ojos encendidos por la pasión, respondieron: —La ciencia nos permite entender y transformar el mundo. Pero es el mercado quien nos da los recursos para hacerlo realidad.

La Técnica sintió una punzada de incomodidad. Aquellas máquinas eran maravillosas, pero sus creadores ya hablaban de patentes, monopolios y el precio que los agricultores deberían pagar por usarlas. ¿Dónde quedaban el océano, las manos callosas, el tejido invisible del conocimiento ancestral?

Esa noche, sentada entre el anciano pescador y los ingenieros, la Técnica comprendió algo esencial: aunque su linaje estaba dividido, todas sus formas compartían un origen común en la necesidad humana de sobrevivir, crear y entender. Pero en su crecimiento, el Capitalismo y la Ciencia habían transformado su propósito. Ahora, a menudo, servía más al poder que a la vida.

Desde entonces, la Técnica tomó una decisión. No podía romper con sus padres, pero sí elegir su camino. Volvería a unir las manos callosas y las mentes brillantes, tejiendo un futuro donde las técnicas científicas y las tradicionales coexistieran en armonía. Porque en el fondo, sabía que su verdadera esencia no estaba en los laboratorios ni en los mercados, sino en servir a la humanidad, no a su explotación.

Al amanecer, con una red tejida por el anciano y un pequeño dispositivo diseñado por los ingenieros, la Técnica lanzó ambas al mar. Y por primera vez en mucho tiempo, el océano le devolvió su reflejo.