El alfabeto del olvido

En una ciudad donde el lenguaje tenía el poder absoluto de moldear la realidad, los habitantes vivían sujetos a las palabras que los definían. Cada amanecer, un grupo de Escribas decretaba qué conceptos estarían permitidos ese día. Si algo no era nombrado, simplemente dejaba de existir.

Mara, una joven que trabajaba como hilandera, descubrió un día que no podía recordar cómo era su madre. Había fotos y cartas, pero los términos "madre", "cariño" y "ausencia" habían sido prohibidos esa semana. En su lugar, los Escribas habían promovido palabras como "unidad", "avance" y "productividad". En su desesperación, Mara intentó hablar con su vecina sobre la tristeza que la invadía, pero no encontró las palabras; en su lugar, una calma artificial la envolvía, impuesta por los términos disponibles.

Una noche, Mara se infiltró en la Torre del Alfabeto, el lugar donde los Escribas guardaban las palabras eliminadas. Allí, descubrió algo que la aterrorizó: las palabras prohibidas no eran destruidas, sino almacenadas en un lenguaje olvidado que la gente ya no podía descifrar. Entre ellas, encontró las palabras "libertad", "revolución" y "memoria". Se dio cuenta de que el lenguaje no solo moldeaba su mundo; también lo restringía.

Desesperada, decidió aprender ese lenguaje perdido y enseñarlo a otros. Cada término recuperado era una chispa que devolvía color a las vidas de las personas. Sin embargo, con cada palabra nueva, algo viejo desaparecía. Pronto se dio cuenta de que el lenguaje que estaba reconstruyendo no solo recuperaba conceptos, sino que también empezaba a cambiar su percepción de sí misma y de los demás. ¿Era su deseo de libertad una construcción, al igual que lo había sido su conformidad?

Mientras los Escribas la buscaban para silenciarla, Mara se enfrentó a la verdad más inquietante: si el lenguaje define la realidad, ¿cómo puede alguien estar seguro de que lo que desea es realmente suyo y no el eco de una palabra impuesta?