En el año 2147, la humanidad alcanzó una era de conocimiento ilimitado. La fusión de biotecnología e inteligencia artificial permitió almacenar y procesar información a velocidades inimaginables. Pero hubo un problema: el lenguaje humano no podía seguir el ritmo. Palabras, metáforas y sintaxis se convirtieron en barreras que frenaban la transmisión de ideas. Los científicos llamaron a este fenómeno "El Paradojo de Babel".
Para resolverlo, surgió el Lex-0, un implante cerebral diseñado para traducir pensamientos en puros datos. El lenguaje hablado y escrito se volvió obsoleto. Al principio, fue un éxito: los descubrimientos avanzaban a velocidades vertiginosas, y la humanidad parecía estar en la cúspide de una nueva era. Pero la desconexión del lenguaje trajo consecuencias imprevisibles.
Sin palabras, los humanos dejaron de contar historias. Sin historias, se extinguió la empatía. La creatividad, incapaz de sobrevivir sin matices y emociones, se desvaneció. En menos de una generación, el mundo se llenó de mentes brillantes incapaces de imaginar.
Entonces, llegó el colapso. Los servidores de Lex-0, saturados por la acumulación de datos sin propósito, comenzaron a fallar. Sin acceso al lenguaje tradicional, los humanos no supieron cómo comunicarse ni cómo arreglar el sistema. En silencio, miraron las ruinas tecnológicas que habían creado. Por primera vez en siglos, alguien trató de hablar: una niña pequeña, que no entendía Lex-0, murmuró algo incomprensible. Nadie pudo descifrarlo.
Cuando los cielos finalmente oscurecieron y la red cayó por completo, la humanidad quedó atrapada en el aislamiento más absoluto. El lenguaje, que una vez aceleró el progreso, se había convertido en su fin.