El incentivo adecuado

El Dr. Elias Morgenstern nunca imaginó que su mayor logro sería también su maldición. Durante años, había trabajado en biotecnología con el ideal de erradicar enfermedades, pero en algún punto del camino, su investigación derivó en algo más peligroso: un virus sintético con una tasa de contagio perfecta, invisible al sistema inmunológico, y con una activación programable.

No era un arma, no al principio. Era solo un experimento. Pero cuando el gobierno descubrió su trabajo, llegaron las preguntas: ¿Podemos controlarlo? ¿Podemos usarlo? Elias negó todas las ofertas. Se negó a entregar su descubrimiento. Se negó… hasta que le dieron un incentivo.

Su hija, Sarah, sufría una enfermedad neurodegenerativa incurable. O eso le habían dicho. Pero una organización en las sombras, con recursos inimaginables, le ofreció una cura real. No una promesa. No una hipótesis. Un tratamiento efectivo, ya probado, esperando solo su decisión.

—Un simple intercambio, doctor —le dijeron—. Su fórmula a cambio de la vida de su hija.


Elias lo supo en ese instante. Sabía lo que significaba su respuesta. Sabía que con un solo archivo, con una simple clave de acceso, podía condenar a mil millones de personas. Y, sin embargo, su mano no tembló al escribir la contraseña.

Sarah abrió los ojos dos semanas después, recuperada.

Y en alguna parte del mundo, un virus comenzó a propagarse.