El otro lado del espejo

Cada noche, Sofía se sentaba frente al espejo del salón, no para admirarse, sino para observar. Allí, entre las sombras y el silencio, veía el reflejo de una vida que no había vivido.

El espejo mostraba algo extraño: en lugar de reflejar el pequeño departamento que habitaba, se abría a un mundo desconocido. Del otro lado, una Sofía distinta la miraba, con una vida que parecía suya pero que no lo era. Allí, no estaba sola. Había risas, amor y una calma que jamás había conocido. Sofía veía a esa otra versión de sí misma, rodeada de libros que nunca había escrito, cuadros que jamás había pintado, y un hombre cuya voz resonaba cálida, aunque desconocida.



No podía apartar la mirada. Cada noche volvía, preguntándose si alguna vez había tenido la opción de cruzar, de ser esa otra mujer. Pero el espejo solo reflejaba y no respondía. Sofía comenzó a temer que cuanto más observaba, más difusa se volvía su propia vida. La otra Sofía, en cambio, parecía cada vez más tangible, más real, como si el espejo estuviera intercambiándolas lentamente.

Una noche, finalmente, Sofía tocó el cristal. Al principio frío, empezó a calentar bajo su mano. Cuando su palma atravesó la superficie, la otra Sofía sonrió. Sofía sintió un tirón en el pecho y, de repente, el mundo del otro lado la engulló. Ahora estaba allí, entre las risas y los colores. Pero algo no cuadraba: la mujer del otro lado del espejo, la nueva Sofía, ahora ocupaba su lugar y observaba con una mirada desconsolada.

Cada noche, desde su nueva vida, Sofía se acercaba al espejo para mirar hacia atrás. Allí estaba la mujer que había sido, sola en su viejo departamento. “¿Esa soy yo o fui yo?” se preguntaba. Pronto entendió que, fuera cual fuese el lado del espejo en el que estuviera, siempre habría un reflejo que desearía alcanzar.