El pozo que nunca se llena

En un reino olvidado, entre montañas cubiertas de neblina, había un pozo singular conocido como el Pozo del Eco. Se decía que el pozo nunca se agotaba, sin importar cuánta agua se extrajera. En la superficie, su boca parecía vacía, un agujero oscuro que absorbía la luz del día. Pero al asomar un cubo, siempre regresaba lleno de agua fresca.




Los aldeanos veneraban al pozo. “Es un regalo divino”, decían. Cada día lo usaban para beber, para regar sus campos, para limpiar sus ropas. El pozo, siempre fiel, les daba lo que necesitaban.

Pero un hombre llamado Jiao, un estudioso de tierras lejanas, llegó al pueblo con una obsesión: descubrir el secreto del Pozo del Eco. Mientras otros disfrutaban de su abundancia, Jiao no dormía ni descansaba, tratando de comprender su naturaleza. “Nada puede dar sin fin. Todo recurso debe agotarse. Si este pozo no se llena, ¿cómo puede seguir proveyendo?”.

Un día, Jiao bajó al pozo con una lámpara. Descendió con cautela por la cuerda, observando cómo las paredes de piedra húmeda se curvaban hacia el abismo. Bajó por horas, pero nunca tocó el fondo. En cambio, oyó un eco: un susurro que parecía provenir de todas partes y de ninguna.

“El vacío es el que alimenta”, decía el eco.

Confundido, Jiao subió de nuevo, decidido a probar su teoría. Convocó a los aldeanos y anunció: “Si el pozo da porque es vacío, entonces llenémoslo. Veremos si sigue funcionando.”

Trajeron piedras, barro, incluso restos de madera, y comenzaron a arrojarlo al pozo. Pasaron días llenándolo con todo lo que podían encontrar. Pero no importaba cuánto arrojaban, el pozo seguía tan oscuro y silencioso como siempre.

Una noche, tras varios días de intentos, los aldeanos se despertaron con un estruendo. Corrieron al pozo, pero ya no estaba. En su lugar, había un cráter inmenso, como si la tierra misma hubiese sido tragada. Allí donde el pozo había estado, no quedaba más que vacío.

Jiao cayó de rodillas, derrotado. “He intentado comprenderlo, pero no comprendí su esencia. Era vacío porque no buscaba llenarse. Y en mi esfuerzo por controlarlo, lo he destruido.”

El agua que antes fluía del pozo nunca volvió, y el pueblo, ahora sediento, aprendió a extraer su sustento del río cercano. Pero nunca olvidaron la lección del Pozo del Eco: a veces, lo que parece vacío es lo más completo de todo.