Había una vez un viajero que llegó a un pequeño pueblo escondido entre montañas. Allí, todos los caminos parecían llevar al mismo lugar: un puente antiguo y misterioso que colgaba sobre un río cristalino. El puente tenía algo especial; cada vez que alguien lo cruzaba, el tiempo parecía comportarse de manera diferente.
Un anciano del pueblo le explicó: —Este puente no es para todos. Solo quienes lo cruzan con calma y determinación encuentran algo que dejaron atrás: una idea, una chispa, un momento perdido en el tiempo.
El viajero, agotado y falto de inspiración, decidió intentarlo. A cada paso, sentía cómo el peso de su día a día disminuía. El sonido del río bajo sus pies le recordaba lo simple que podía ser el mundo cuando dejaba de pensar en "lo que debía hacer" y se permitía ser. Al llegar al centro del puente, cerró los ojos y respiró profundamente.
En su mente apareció un recuerdo: el primer día que había comenzado un proyecto por pura curiosidad, sin miedo al fracaso, sin pensar en el final. Sintió cómo la chispa volvía a encenderse dentro de él, como una pequeña llama que aguardaba ser avivada.
Al abrir los ojos, una brisa suave lo envolvió, y comprendió que la inspiración no siempre llega por fuerza, sino por permitir que el tiempo y el espacio le den un respiro a la mente.
El viajero cruzó el puente con una sonrisa, llevando consigo algo nuevo: una pequeña idea y la certeza de que cada paso, por pequeño que fuera, lo acercaría a lo que quería lograr.