El salto

En la penumbra del puente de madera colgante, Santiago contemplaba el abismo que lo separaba de la otra orilla. Aquel lado prometía seguridad, una meta tangible después de meses de perseguir un propósito que apenas entendía. Pero para alcanzarlo, debía saltar.

El primer peldaño, marcado por un tablón roto, había cedido bajo sus pies. Se aferró a las cuerdas, sintiendo la rugosidad de la fibra en sus palmas. El sudor le corría por las sienes mientras evaluaba su única opción: avanzar hacia el vacío.

"Entre esto y el próximo paso solo hay riesgo," pensó. "Pero entre este momento y el destino, hay un salto."

Inspiró profundamente y visualizó la caída. No el suelo, no la posibilidad de fallar, sino el instante en que sus manos se aferrarían al borde de la otra orilla. Con un grito ahogado en el pecho, flexionó las piernas y se lanzó.

El aire lo abrazó con una mezcla de vértigo y libertad. La caída duró apenas segundos, pero en su mente fue eterna. Al llegar al otro lado, se encontró colgado del borde, con los músculos tensos y los dedos crispados, pero vivo. Lo había logrado.

Se incorporó, jadeante, y miró atrás. El puente seguía meciéndose suavemente en la brisa. Sin embargo, ya no importaba: había convertido un hecho en un acontecimiento.