El silencio de las cuerdas

En un mundo suspendido por cuerdas invisibles, cada ser humano nacía atado a un delicado entramado de hilos. Estos hilos, tensados por manos desconocidas, guiaban cada movimiento, cada palabra, cada pensamiento. Sin embargo, nadie podía ver quién manejaba las cuerdas, y en ocasiones parecían moverse solas, como por capricho de algún viento insondable.




Eren, un joven nacido con una intuición insólita, pasaba sus días observando el danzar de las cuerdas sobre su cabeza. Notaba cómo, en ciertos momentos, alguien era acusado de tomar una decisión egoísta, a pesar de que sus hilos parecían haberlo llevado allí. O cómo otro era alabado por actos de bondad, aunque sus cuerdas lo empujaban hacia ellos como un río lleva una hoja.

"¿Por qué somos responsables de las elecciones de nuestras cuerdas?" preguntó Eren un día a los ancianos. Ellos lo miraron con desdén y le respondieron con las palabras que generaciones habían recitado como una plegaria: "Porque aunque las cuerdas te guían, el corazón es tuyo, y la culpa siempre encontrará a quien la reclame."

Pero Eren no quedó satisfecho. Decidió cortar sus hilos, convencido de que encontraría libertad. Con gran esfuerzo, logró soltarse, uno por uno, hasta que al fin cayó al suelo, libre de aquella maraña que siempre había sentido como una prisión. Se levantó con euforia, pero pronto descubrió una verdad aterradora: sin las cuerdas, no podía moverse, no podía decidir, no podía siquiera pensar.

Era como si su cuerpo, desprovisto de la tensión de los hilos, hubiera perdido el propósito. Sin saber qué hacer, se dejó caer al suelo, y desde allí vio cómo los demás continuaban su danza, ignorantes del vacío que él ahora conocía.

Mientras se hundía en el silencio, comprendió el juego cruel de su existencia: no tenía control sobre sus cuerdas, pero tampoco podía vivir sin ellas. Y en aquel instante, Eren supo que la culpa que cargamos no es más que una sombra proyectada por fuerzas que jamás entenderemos.