El Dr. Ezequiel Aranda despertó con un leve mareo. Sabía que algo en su cuerpo había cambiado. Lo sintió en la piel, en los huesos, en la sangre que fluía con una nueva cadencia. Pero sobre todo, lo escuchó.
Al principio, eran murmullos imperceptibles, como si un eco lejano resonara dentro de él. Pero con el paso de los días, las voces se hicieron más claras. No era su mente, era algo más profundo.
—¿Me oyes? —susurró algo dentro de su brazo derecho.
Ezequiel se miró el antebrazo con incredulidad.
—¿Quién eres?
—Soy parte de ti. Somos millones. Y acabamos de despertar.El científico se tambaleó. Durante años había trabajado en biología celular, estudiando la comunicación bioeléctrica entre células, siguiendo los pasos de Michael Levin. Pero lo que experimentaba iba más allá de cualquier teoría.
Poco a poco, comprendió que su cuerpo no era una entidad única, sino una multitud. Cada célula de su organismo tenía memoria, decisión, un destello de conciencia rudimentaria que, sumada, formaba algo más grande. Lo abrumaba la magnitud del descubrimiento.
Las células comenzaron a hacer sugerencias. Primero, advertencias sutiles sobre su alimentación, luego pequeños ajustes en su ritmo de sueño. Más tarde, comenzaron a proponer cosas más inquietantes.
—El hígado está deteriorado. Podemos regenerarlo. Pero necesitamos ajustes.
—¿Qué ajustes? —preguntó Ezequiel con voz temblorosa.
—Desactiva el control nervioso. Déjanos decidir.
Dudó. ¿Debía confiar en su propio cuerpo? ¿Seguir las decisiones de algo que nunca había considerado inteligente?
Una noche, la conciencia de su organismo le reveló algo aún más perturbador:
—Sabemos quién eres… Pero tú, ¿sabes quién eres realmente?
Ezequiel sintió un escalofrío. ¿Dónde terminaba su identidad y dónde comenzaban "ellos"?
La mañana siguiente, se encontró incapaz de mover un brazo. O mejor dicho, el brazo se negaba a moverse por su voluntad.
—No interfieras más. Somos nosotros ahora.
La paradoja lo consumió: si cada célula tenía su propia inteligencia, ¿seguía siendo él una sola mente? ¿O era simplemente la ilusión de una entidad unificada que estaba perdiendo el control?
Antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo tomó la última decisión.
Respirar o no respirar.
Y el silencio lo envolvió.