El susurro del vacío

El cielo era una herida abierta. Grietas rojas y negras se desangraban en las nubes, y la luz del sol, sofocada por un polvo áspero, se retorcía como si intentara huir del mundo. Las ciudades yacían en ruinas, sepultadas bajo una capa de ceniza tan densa que los sonidos apenas se atrevían a atravesarla. Los días eran un perpetuo crepúsculo, y el viento, un lamento interminable que parecía pronunciar nombres olvidados. Todo respiraba una desesperanza espesa, como si el universo mismo estuviera agonizando.

La amenaza tenía un nombre que ningún humano podía pronunciar, una entidad que no se veía ni se tocaba, pero que se sentía como un agujero en el pecho. Era el Vacío, una fuerza invisible que devoraba las memorias, las historias y las conexiones humanas. Cada día, más personas olvidaban sus propios nombres, sus amores, sus odios. El Vacío no destruía cuerpos; devoraba el alma, dejando tras de sí un cascarón sin propósito.

En medio de este colapso, Clara, una científica desgastada por la culpa y el dolor, trataba de entender lo incomprensible. Había perdido a su hija, no por la muerte, sino porque el Vacío había arrancado cada recuerdo de la niña de su mente. Clara sabía que la humanidad estaba condenada, pero no podía aceptar la idea de que su hija jamás había existido en su corazón. Se aferraba a un cuaderno donde había anotado cada detalle de su infancia, aunque las palabras ya comenzaban a desvanecerse.

La resistencia humana alcanzó su clímax en una caverna subterránea donde un grupo de sobrevivientes buscaba enfrentarse al Vacío. Un dispositivo creado por Clara, un artilugio que generaba un "ancla" de recuerdos colectivos, era su última esperanza. Sin embargo, mientras intentaban activarlo, la entidad se manifestó como un torbellino de sombras y murmullos que se infiltraban en sus mentes. Las personas comenzaron a gritar, confundidas, atacándose unas a otras mientras trataban de recordar quiénes eran y por qué estaban allí.

Clara, temblando, presionó el interruptor mientras las sombras la envolvían. Por un instante, todos los recuerdos borrados se proyectaron en el aire: rostros, risas, lágrimas. Las figuras eran tan vibrantes que parecían vivas, pero luego empezaron a desaparecer nuevamente. Clara entendió que el dispositivo no podía vencer al Vacío; solo podía retrasarlo. Sin embargo, en ese momento final, mientras sus propios recuerdos se desmoronaban, supo que había dejado algo más importante: una chispa de lucha en los sobrevivientes.

Cuando la tormenta de sombras se disipó, algunos humanos aún recordaban fragmentos. Esos vestigios se convirtieron en historias, leyendas que resistirían en el tiempo. Aunque el Vacío seguía devorando, había una nueva fuerza en el mundo: la voluntad de recordar, incluso en el olvido.