La ciudad de los arquitectos ciegos

En un mundo donde el futuro era una estructura en construcción, cada ciudadano era un arquitecto. Pero había una regla: nadie podía ver más allá del andamio en el que trabajaba.

Los habitantes recibían instrucciones vagas sobre cómo edificar sus secciones: algunos construían con fe ciega en un diseño predeterminado, otros improvisaban sin plano, y un grupo selecto se obsesionaba con predecir la forma final de la ciudad.


Un día, un joven arquitecto llamado Ilian descubrió algo inquietante. Subió a un nivel más alto de su sección y vio que los edificios a su alrededor se derrumbaban bajo el peso de decisiones previas. Intentó advertir a los demás:

—¡Debemos revisar lo que estamos construyendo! Si seguimos así, la ciudad colapsará.
Pero la respuesta fue siempre la misma:
—El futuro no se teme, se construye.

Ilian se dio cuenta de que la mayoría prefería avanzar sin cuestionar. Algunos temían ver los errores, otros confiaban en que la ciudad se sostendría sola, y unos pocos simplemente se negaban a creer que el derrumbe era posible.

Sin embargo, Ilian tomó una decisión. Comenzó a modificar su estructura con más cuidado, reforzando los cimientos y estudiando el entorno. Otros lo vieron y, poco a poco, algunos lo imitaron. No todos, pero los suficientes como para que, en ciertas áreas, la ciudad dejara de desplomarse.

Con el tiempo, Ilian comprendió la verdadera paradoja: el porvenir no debía temerse, pero tampoco podía construirse con los ojos cerrados.