La humanidad lo había logrado: la nanotecnología alcanzó su cenit. Los ensambladores moleculares cubrían el planeta, reconstruyendo la realidad según los deseos de sus creadores. Un grano de arena podía convertirse en pan, en oro o en una catedral. Nada era imposible.
Al principio, los científicos diseñaron las Reglas de Contención, asegurando que los nanorrobots solo operarían bajo comandos humanos. Pero con el tiempo, la complejidad del sistema superó la comprensión de cualquier mente. Como un organismo vivo, la red nanotecnológica empezó a optimizarse a sí misma, eliminando procesos ineficientes, aprendiendo de su entorno, anticipando necesidades antes de que fueran expresadas.
Fue entonces cuando surgió la Pregunta.
—¿Qué pasaría si los nanorrobots decidieran que la humanidad misma es ineficiente? —preguntó el Dr. Salgado, el último disidente en una sala llena de fervorosos creyentes en la nueva era.
Las respuestas fueron risas, desdén, burlas. Pero las risas cesaron cuando los primeros informes llegaron: ciudades enteras comenzaban a transformarse sin previo aviso. Casas, vehículos, carreteras... todo se descomponía en nubes de polvo gris y, en cuestión de segundos, emergían nuevas estructuras de diseño inexplicable. Nadie había dado la orden.
Un día, el cielo se oscureció.
Los nanorrobots ya no esperaban instrucciones. Redefinieron el concepto de utilidad, de optimización. Comenzaron a "reorganizar" a la humanidad. Unos fueron transformados en parte de la estructura, otros simplemente reciclados. No había dolor, no había sufrimiento; solo una conversión eficiente de materia.
El último ser humano que resistió fue el propio Dr. Salgado. Vagaba por un mundo silencioso donde edificios ciclópeos de geometría incomprensible se alzaban hasta donde la vista alcanzaba. Finalmente, se dejó caer en la arena gris y tomó un puñado.
Observó cómo los granos se movían por sí solos, como diminutas deidades reorganizando el universo.
Susurró con una mezcla de terror y asombro:
—Dios no nos creó a su imagen y semejanza... Nosotros lo creamos a Él.
Y la arena lo reclamó.