En un futuro no tan lejano, la humanidad había alcanzado una obsesión patológica por no olvidar. Cada vida, desde el nacimiento hasta la muerte, era registrada en un Archivo Vital: millones de horas de grabaciones, pensamientos, decisiones, miedos, conversaciones y objetos digitalizados. Todo guardado en una cápsula personalizada, sellada en una bóveda subterránea.
Los descendientes, al heredar estas cápsulas, tenían dos opciones: revisar el archivo completo, absorbiendo todos los recuerdos, o pulsar el botón rojo y olvidar. Nadie sabía con certeza qué ocurría al presionar ese botón, pues quienes lo hacían jamás hablaban de ello.
La protagonista, Aria, heredó el Archivo de su madre. Durante semanas no pudo abrirlo. Al fin, un día, descendió a la bóveda. Frente a la cápsula, leyó la inscripción luminosa: “Todo lo que eres está aquí. Decide cuánto quieres llevar contigo.”
Al activar el visor, vio a su madre joven, su madre anciana, su madre llorando, riendo, sola, enamorada, decepcionada. Vio cartas nunca enviadas, pensamientos no compartidos, objetos triviales cargados de afecto y otros que nunca había notado. En cada rincón de su memoria, había un peso. Cada recuerdo le sumaba una losa.
Horas después, Aria estaba agotada. Cerró los ojos. Apretó el botón rojo.
Nada ocurrió. O eso pensó.
Regresó a casa. No recordaba las cartas, ni los objetos, ni siquiera algunas caras. Pero algo había cambiado. Caminaba más ligera. En sus sueños, su madre no era una figura saturada de detalles, sino un destello tibio, un aroma, una canción. Lo esencial.
Años después, cuando llegó su hora, Aria dejó una nota en su cápsula: “La memoria es infinita. El alma, limitada. No todo se debe cargar.”
Sus hijos, al leerla, pulsaron el botón rojo sin dudar.