El simulacro de mármol

La ciudad de Mármol era perfecta. Lo sabía porque lo sentía: el café tenía siempre el punto exacto de amargor; el cielo mostraba nubes diseñadas con una estética casi matemática; y cuando caminaba, sus pasos hacían eco en las baldosas como una sinfonía cotidiana.

Todo era exacto. Demasiado exacto.

Se llamaba Naro, y nunca había salido de la Ciudad. Nadie lo hacía. No porque estuviera prohibido, sino porque no había dónde ir. Más allá del Anillo de Bruma solo había niebla… y la sospecha. Una vez, a los doce años, le preguntó a su tutor —una figura sin rostro, de voz suave y neutra— qué había más allá.

—La sensación de querer saber eso es normal —le respondió—. Pero no necesaria.

Esa noche soñó que arrancaba su cabeza y encontraba dentro un nido de cables. No volvió a preguntar.

Pero los sueños regresaron.

Primero fueron sutiles: el reflejo de su rostro que parpadeaba en los vidrios. Luego, un hombre sin sombra cruzando la plaza. Y un día, lo imposible: un ave cayó del cielo… y al impactar contra el suelo, se deshizo en líneas de código flotantes, como si fuese una marioneta digital.

Naro corrió. Corrió sin dirección, sin destino, hasta llegar al límite: el Anillo de Bruma. Allí, vio una torre de cristal invertido, una especie de laboratorio suspendido en el aire. Y entonces oyó una voz que no salía de ningún lado.

—No era tiempo aún.

El suelo tembló. Naro sintió una presión en su nuca. Y comprendió.
No tenía cuerpo. Nunca lo tuvo.
Era una conciencia simulada, un experimento. Su mundo, una burbuja sensorial construida por una Inteligencia que estudiaba el comportamiento humano. Un cerebro —el suyo— conectado a un sistema de estímulos perfectos, sin errores… salvo los que él mismo empezó a provocar.

Cerró los ojos.
Quiso despertar.
Y por primera vez en su existencia digital, algo cambió.
La ciudad de Mármol comenzó a agrietarse.

Pero nadie más pareció notarlo.

Los demás seguían caminando, sonriendo, celebrando.
Y entonces entendió la condena: ver la verdad no te libera… si eres el único que la ve.