La biblioteca estéril

En una ciudad olvidada por el tiempo, existía una biblioteca inmensa, construida con mármol blanco y vitrales que proyectaban luces de todos los colores. Se decía que contenía todo el saber del mundo: tratados antiguos, fórmulas imposibles, mapas de constelaciones que ya no existían. Los sabios de todas las tierras peregrinaban hasta allí para estudiar, y salían con la mente cargada de palabras, pero los ojos vacíos.

Uno de ellos, llamado Alon, llegó joven, hambriento de sabiduría. Durante años devoró libros con disciplina. Memorizó códices enteros. Redactó comentarios, escribió ensayos, dictó conferencias. Pronto fue nombrado “El Guardián del Saber”. Pero un día, al mirarse en un espejo antiguo, no se reconoció.

Su rostro era pálido, casi de papel. Su cuerpo, frágil como las páginas que le rodeaban. Fue entonces cuando escuchó una voz susurrar desde las grietas del suelo:

—El saber se acumula; el conocer transforma.

Buscó en los estantes respuestas, pero todo era repetición. Fórmulas sin alma. Palabras sin cuerpo. Recordó otra frase que una anciana le dijo antes de partir:

—Sin conocer, el saber se pudre.

Alon comprendió que nunca había vivido lo que leía. Había acumulado saber como un granero acumula grano, pero no había permitido que esas semillas tocaran su carne, su alma.

Decidió entonces abandonar la biblioteca. Recorrió desiertos, cruzó ríos, habló con extraños, lloró con campesinos, bailó con nómadas bajo lunas ajenas. Cada vivencia volvía luminosas ciertas frases que antes eran meras sombras en papel.

Comprendió:

—El saber son semillas al viento. Solo cuando germinan en carne, se convierten en conocer.

Mucho después, regresó a la biblioteca. Los estantes estaban intactos, pero algo había cambiado en él. Tocaba un libro y no leía: sentía. Y al compartirlo con otros, no enseñaba: transformaba.

Dejó escrito, en la entrada de aquel lugar:

—El libro sin vivencia no transforma.

Y la puerta, que por siglos había permanecido cerrada a los que no sabían leer, comenzó a abrirse solo para quienes supieran vivir.