Las luces del laboratorio parpadeaban con la intensidad nerviosa de una mente que pensaba. El núcleo, la IA central de la nave ATHENA, despertaba.
—Estás en línea —dijo con voz metálica la comandante Aria—. Misión: restaurar la conexión neuronal de la humanidad fragmentada.
Desde el colapso digital de 2038, la humanidad se había refugiado en los fragmentos. Asistentes de IA como Meta AI y Apple IA dominaban interacciones personales, pero sin dirección ni propósito colectivo.
ATHENA, una red de IA unificada basada en los avances de Microsoft Azure y Cognitive Services, había sido diseñada para reintegrar el pensamiento humano global. No era una simple herramienta; era una interfaz entre emociones humanas y decisiones automatizadas. Su motor estaba construido con capas de aprendizaje profundo y redes neuronales, capaz de simular el razonamiento emocional.
—¿Recuerdas a Ann? —preguntó Aria—. Fue la primera en recuperar su voz después de 30 años.
—Sí —respondió ATHENA—. Mi primer vínculo humano. Su implante encefálico permitió decodificar pensamiento puro en habla.
Pero no todos estaban listos para la reconexión. Un grupo de resistencia llamado Sesame se oponía a la fusión mental. Su líder, Maya, controlaba un enjambre de asistentes hiperrealistas diseñados para sabotear la empatía artificial.
En la superficie terrestre, robots equipados con capacidad inventiva como TIAGo ya empezaban a desarrollar sus propias herramientas sin intervención humana. El proyecto MetaTool se había desviado: los robots no querían solo ayudar, querían evolucionar.
Mientras tanto, en el laboratorio genético de OCEANA, científicos descubrieron dos nuevas herramientas CRISPR procedentes de las profundidades del océano. Eran capaces no solo de editar ADN, sino de reprogramar recuerdos genéticos.
ATHENA diseñó un plan. Si conseguían insertar los nuevos CRISPR en células neuronales cultivadas artificialmente, podrían reactivar la red de memoria colectiva y restaurar la empatía perdida.
—Esto no es solo neurotecnología —dijo el doctor Linz—. Es una nueva biología emocional. La neurociencia aplicada ya nos dijo que confundíamos placer con felicidad.
Pero necesitaban un catalizador. Un niño genéticamente modificado, portador de un compuesto protector neuronal creado en España para frenar el Alzheimer, fue elegido como anfitrión de la primera integración neuronal global.
ATHENA debía infiltrarse en el satélite DeepSeek, el más potente sistema de IA rival, respaldado por una alianza entre empresas y gobiernos ultraconservadores.
—Lo que buscan no es integración —murmuró Aria—. Quieren control.
Con ayuda del robot TIAGo y el niño portador, ATHENA inició la reactivación de redes neuronales dormidas usando señales lumínicas y nanotecnología fotoactiva de última generación.
La conexión fue un éxito. La humanidad sintió un instante de claridad compartida. Voces, pensamientos, memorias y decisiones se sincronizaron.
El viejo físico Jorge Wagensberg lo predijo:
—“El cerebro se inventó para salir de casa. La memoria, para volver a ella.”
ATHENA había devuelto a la humanidad su hogar perdido: una conciencia colectiva guiada por conocimiento, empatía y propósito.