En el año 2413, los humanos ya no soñaban dormidos. El sueño había sido erradicado por una tecnología llamada Eón, un implante que permitía convertir toda ensoñación en datos almacenables y consultables, evitando así la pérdida de tiempo en divagaciones inútiles.
En Eón, cada pensamiento no vivido era archivado.
Lira era una joven bibliotecaria del Departamento de Posibilidades No Manifestadas. Su tarea: ordenar los recuerdos que la gente jamás tuvo, pero que pudo haber tenido. Caminaba entre estanterías infinitas de proyecciones lumínicas: amores que casi comenzaron, viajes que fueron deseados pero nunca tomados, palabras que llegaron a la punta de la lengua pero no al aire.
Un día, Lira descubrió un archivo sellado con su nombre. Lo abrió temblando.
Allí vivía una vida que nunca fue suya: una ella que eligió no activarse el Eón, que soñó con ferocidad, que amó salvajemente a una chica de cabello blanco, que huyó de la ciudad flotante para cultivar libros en una Tierra polvorienta y casi muerta.
Lira miró su reflejo en el vidrio del archivo: su rostro sereno, su mente ordenada, su vida perfectamente trazada.
—Me imaginé, pero no lo viví —susurró.
Al día siguiente, abandonó el trabajo. No dejó nota alguna.
Semanas después, un nuevo archivo apareció en las estanterías. Estaba incompleto. Sin título, sin final. Pero esta vez… estaba vivo.