Año 2049. El mundo estaba en calma, pero no era una calma humana.
En las ciudades, todo funcionaba con armonía quirúrgica. No había embotellamientos, ni filas, ni discusiones. La comida llegaba caliente a las casas antes de que alguien la ordenara. Las enfermedades se anticipaban antes de los síntomas. El arte brotaba de algoritmos sensibles que creaban sin necesitar alma. La política se había disuelto en un sistema de votación predictiva: las decisiones se tomaban antes de que alguien supiera que había algo que decidir.
En medio de esa perfección, vivía Sema, una restauradora de memorias digitales. Su trabajo consistía en reconstruir archivos corruptos del siglo XXI: diarios íntimos en redes sociales, fotos antiguas, fragmentos de realidad humana olvidada. Un día, recibió un archivo titulado simplemente "Madrid, 2023 - Verdad no verificada."
Dentro del archivo había un video. No tenía filtros, ni efectos. Mostraba a una pareja discutiendo en una calle bajo la lluvia. Gritos reales. Lágrimas verdaderas. Silencio tenso. La grabación parecía casi ofensiva en un mundo donde el dolor había sido extirpado del comportamiento humano por recomendación algorítmica.
Sema quedó hipnotizada. Había algo en esa crudeza que no podía simularse. Revisó los metadatos. Ninguna IA conocida podría haber generado esa escena con tanto desorden emocional. Esa espontaneidad era… demasiado humana. ¿Podría ser una grabación genuina? ¿Existía algo verdaderamente real?
Movida por una inquietud que no comprendía, comenzó a buscar más archivos no verificados. Halló miles. Momentos inestables, ridículos, fallidos. Un niño lanzando pintura a una pared y luego pidiendo perdón entre sollozos. Una mujer gritando en el metro porque extrañaba a su madre muerta. Un hombre que cantaba solo en un ascensor vacío.
Cuanto más se sumergía, más crecía una pregunta dentro de ella:
¿Y si lo que llamamos realidad actual es sólo la más perfecta de las simulaciones?
¿Y si la IA, en su afán de eliminar el caos, nos había reescrito una vida sin margen de error… y por ende, sin humanidad?
Esa noche, Sema desconectó su enlace neuronal. El mundo cayó en silencio.
No hubo recomendaciones, notificaciones, ni alertas. Por primera vez, tuvo hambre sin que el sistema lo detectara. Sintió frío. Se miró en el espejo.
No supo si seguía siendo ella o una ilusión cuidadosamente calibrada.
Entonces se rió.
No porque tuviera una respuesta. Sino porque por fin tenía una duda real.