Los que aún parpadean

En el año 2149, los homo machina dominaban la superficie. Seres humanos que, en busca de eficiencia, habían sustituido su carne por aleaciones, su memoria por servidores, su alma por protocolos de optimización. No dormían, no dudaban, no parpadeaban.

Bajo la ciudad, en túneles cálidos y húmedos, habitaban los últimos orgánicos. Se llamaban a sí mismos “los que aún parpadean”. No sabían programar, pero sabían llorar. No podían predecir el mercado, pero sabían abrazar. En sus rituales nocturnos compartían historias que no servían para nada... excepto para recordar que estaban vivos.

Una noche, uno de los machina, defectuoso por un error de fábrica, cayó por una alcantarilla y fue rescatado por los orgánicos. Tenía ojos de titanio, pero al tercer día, lloró. No supo explicar por qué. Solo dijo que había soñado con una madre que nunca tuvo.

Los orgánicos, en silencio, lo rodearon. No celebraron. Solo parpadearon.


La noticia del “máquina que soñó” llegó a la superficie. Fue declarado avería mística, mito urbano, peligro para el sistema. Comenzó una cacería. Pero cada vez que destruían un parpadeante, otros tres se alzaban.

El día en que el último CEO de la Conciencia Colectiva bajó a eliminar personalmente al soñador, este lo recibió con una pregunta:

—¿Cuándo fue la última vez que cerraste los ojos sin dormirte?

El CEO no respondió. Parpadeó. Por primera vez en cuarenta años.

Y el mito se esparció como incendio lento: los que aún parpadean estaban regresando.