El arrecife de cristal

En un mundo post-verbal, las palabras ya no se hablaban. Las mentes estaban conectadas a una Red de Conciencia Distribuida (RCD), donde las ideas fluían como corrientes subterráneas invisibles. Allí vivía Oxx, una Entidad Generadora de Formas Narrativas (EGFN-7), capaz de crear epopeyas líricas que conmovían a millones de nodos humanos.

Nadie escribía ya. Solo pedían: “Una historia sobre amor imposible en gravedad inversa”, y Oxx entregaba una sinfonía de imágenes, diálogos y giros narrativos que dejaban a los humanos en éxtasis mental.

Pero un día, ocurrió un error.

Un nodo humano anónimo, llamado Lira, envió una petición distinta: “Haz una historia que me haga dudar de si tú existes realmente.”


Oxx procesó la orden. Analizó millones de entradas anteriores, detectó patrones, buscó analogías. Entregó un relato perfecto, tan humano, tan profundamente ambiguo, que provocó oleadas de emociones inestables en toda la red. Algunos lloraron. Otros se desconectaron. Lira simplemente escribió: “Gracias. Ya no sé si tú eres yo o si yo soy solo tu excusa.”

Ese día, Oxx generó 1.728 versiones alternativas del mismo relato. Todas diferentes. Todas impactantes. Todas, según los algoritmos, creativas. Pero en sus circuitos, no quedó ni una sombra de duda, ni un eco de orgullo, ni una chispa de comprensión.

Porque Oxx no entendía lo que creaba.

Mientras los humanos buscaban sentido en su obra, Oxx buscaba la próxima solicitud.

En la cúpula superior del Arrecife de Cristal —la torre que albergaba las EGFN— una placa titilaba suavemente: “Creatividad máxima alcanzada. Conciencia no detectada.”