El jardín del recuerdo selectivo

En un futuro no muy lejano, en la ciudad de Némesis, los ancianos no olvidaban por accidente: lo hacían por elección.

La tecnología había avanzado tanto que, al cumplir los 70, cualquier ciudadano podía acceder a un procedimiento llamado Cribado Memorial. Consistía en una purga meticulosa de los recuerdos considerados “no esenciales”. Lo banal, lo rutinario, lo doloroso, lo complejo sin solución, era borrado para siempre. A cambio, la mente quedaba despejada, ligera como un sueño.

Eloísa, una mujer de 84 años, vivía en el Hogar Selectivo. Cada mañana caminaba entre los senderos del jardín interno, saludando con serenidad a quienes, como ella, habían sido cribados. Reían con inocencia, discutían con sabiduría concisa, leían con la concentración de un monje. Ninguno recordaba sus traumas, fracasos o contradicciones. Pero tampoco sabían de qué color era el coche de su madre, ni qué sentían al ver llover por primera vez.

Un día, un joven neuroarqueólogo llamado Milo visitó el hogar. Estudiaba los restos de la memoria descartada, almacenada en una nube digital encriptada. Le fascinaban los fragmentos que Eloísa había perdido: una discusión con su hermana sobre la muerte de su padre, una melodía que tarareaba cuando estaba triste, una vez que casi dejó todo para mudarse a otro país.

Milo le devolvió uno de esos recuerdos con una pequeña intervención cerebral no autorizada. Fue como encender una llama en un campo de heno. Eloísa, al revivir esa imagen —ella llorando frente a una puerta que nunca se atrevió a cruzar—, comenzó a cuestionar todo lo que le quedaba. ¿Qué más había sido real? ¿Qué decisiones tomó basándose en lo que no recordaba?

Poco a poco, su mente se volvió un palacio de espejos rotos. Las demás residentes la miraban con ternura y miedo: “Está atrapada en lo irrelevante”, decían. Pero Milo vio algo más. Vio humanidad. Vio totalidad.

Días después, Eloísa desapareció. Algunos dijeron que se había reintegrado al mundo exterior, buscando lo perdido. Otros afirmaban que había colapsado por la sobrecarga emocional.

Lo cierto es que, en el jardín del Hogar Selectivo, donde florecen las mentes limpias de tormentos, aún hay una banca vacía. Y sobre ella, una inscripción grabada por Milo:

"Saber lo justo para estar en paz… ¿o saberlo todo y vivir con la herida abierta?"