Los Limpios

En el año 2349, la humanidad ya no vivía en ciudades, sino en burbujas de asepsia. Cada comunidad flotaba sobre la Tierra devastada, protegida del polvo, de la enfermedad, y sobre todo, de la corrupción moral. Los habitantes de estas burbujas eran conocidos como Los Limpios.

Para mantener la pureza, cada ciudadano debía someterse a un escaneo diario. No solo físico, sino también mental. Pensamientos violentos, dudas filosóficas, contradicciones ideológicas: todo era motivo de advertencia. Y cuando se detectaba un patrón de impureza persistente, se activaba el Protocolo de Depuración.

Adrián era uno de los últimos depuradores humanos, entrenado para eliminar cualquier anomalía cognitiva mediante la conversación, una técnica arcaica que solo quedaba como símbolo ceremonial. Los algoritmos hacían casi todo, pero todavía querían mantener la fachada de compasión.

Una mañana, Adrián recibió un caso peculiar: una joven llamada Elia había comenzado a soñar. Soñar era considerado un signo de corrupción latente: los sueños no podían ser depurados, no seguían lógica ni propósito, eran —en palabras del sistema— residuos de la mente ancestral.

Adrián la visitó. Le preguntó por sus sueños.

—Soñé que era barro —dijo Elia—. Y todos trataban de lavarme. Pero cuanto más me frotaban, más me deshacía. Hasta que ya no quedaba nada. Solo agua sucia.

Adrián se quedó en silencio.

Esa noche, él también soñó. Y al día siguiente, fue convocado para su propia depuración.

—No soñamos porque estemos sucios —dijo él al comité de depuración—. Soñamos porque somos humanos. Si eliminan lo que no comprenden, acabarán eliminando la humanidad misma.

Pero la burbuja no toleraba impurezas.

Ambos fueron "liberados": enviados fuera de la cúpula, hacia la Tierra abierta. Se esperaba que murieran por exposición en días.


Sin embargo, sobrevivieron. Bajo la lluvia ácida, en el barro real, encontraron otras comunidades. Gente que aún soñaba. Que no se creía limpia, ni sucia. Solo viva.

Y fue entonces cuando Adrián comprendió: lo que no está limpio no puede depurarse, no porque esté demasiado sucio, sino porque nunca estuvo realmente sucio para empezar. Era el conocimiento de lo incompleto, lo no definido, lo que hacía imposible juzgar con certeza.