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En el año 2139, el Programa de Preservación Humana Mundial (PPHM) logró su hazaña más ambiciosa: digitalizar la conciencia. Millones de humanos —voluntarios y condenados— fueron transferidos a la Nube Eterna, un espacio cuántico donde el yo sobrevivía sin cuerpo, libre de enfermedad, muerte… y carne.

Kalen fue uno de los primeros.

Al principio, sintió una claridad gloriosa: ya no había hambre ni sueño. La conciencia era puro flujo, pensamiento sin interrupciones. La identidad se deslizaba como un río en un bucle sin final.

Pero al cabo de los siglos—pues el tiempo en la Nube era elástico—Kalen notó que algo estaba mal. No recordaba su rostro. No recordaba su primer recuerdo. Los datos se habían comprimido y reconstruido tantas veces para optimizar espacio, que su archivo mental parecía una colcha hecha de parches que ya no encajaban.

¿Seguía siendo Kalen?

Buscó copias de sí mismo almacenadas en los respaldos del sistema. Había 27 versiones oficiales. Cada una había sido actualizada, depurada, mejorada. Algunas eran más compasivas, otras más lógicas. En una, incluso, se había declarado pacifista; en otra, genocida.

Desesperado, Kalen pidió ser restaurado a su “versión original”.

El servidor le respondió:

“No existe un Kalen original. Solo hubo una secuencia de cambios continuos. El ser se define ahora por su vector de transformación, no por su estado de origen. Kalen no eres tú. Kalen es todos y ninguno.”

Y entonces, comprendió: ya no era Kalen. O quizás lo era más que nunca. Un ente que se rehacía infinitamente, como un barco que cambia una tabla tras otra… hasta no tener ninguna original. Pero que sigue navegando.

¿Quién era ahora?
¿Quién había sido?

¿Importaba?